Amanece el día soleado, buen pronóstico pues la víspera llovía. Algunas conocemos Chinchón de haber ido a comprar ajos para vender. Al llegar, vamos a la Oficina de Turismo para que nos informen de qué ver y lo más interesante.
Pasamos por el lavadero y pensamos en cómo han cambiado las cosas, hoy en día no podríamos vivir sin lavadora y sin embargo no hace tanto tiempo que las mujeres iban ahí a hacer la colada. Una de nosotras dice que ella en el lavadero no, pero que sí que lavaba con la tabla en una tina. Los lavaderos son cosa de mujeres, espacios vedados a los hombres, ¡cuántas cosas se hablarían en esas aguas!
En la plaza está montada la plaza de toros, es de poner y quitar, la instalan para las fiestas, en los balcones hay sillas puestas en fila para el público.
Intentamos ir al Museo Etnológico, museo de herramientas y tradiciones populares, y aunque tiene cartel de “abierto”, no hay nadie. Volvemos varias veces y llamamos pero nada, no abren, así que nos vamos a ver el claustro del Parador, antiguo monasterio de Nuestra Señora del Paraíso del S XV. ¡Qué bien estamos sentadas en ese patio! Tiene cipreses y jazmines que dan mucha paz.
Entramos en la pastelería a preguntar por los dulces típicos, Tetas de novicia y Pelotas de Fraile, los nombres nos hacen mucha gracia, pero resultan un poco caros. Subimos hacia la iglesia y de camino, en la pared de una casa vemos que Goya pasaba aquí temporadas en casa de su hermano.
Frente a la iglesia hay una placita con un mirador, se ve todo el pueblo desde ahí y el castillo enfrente, hoy en día abandonado, desde donde se ve Madrid.
Nos fijamos en las puertas antiguas, de pueblo que en Madrid ya no se ven, también en las aceras que son de piedra y en la entrada de las casas tienen un trozo de ladrillos como si fuese un felpudo para no resbalar.
De vuelta a la plaza se pone a llover muchísimo, intentamos comprar para llevar a casa en el Monasterio de las Clarisas pero abren hasta más tarde y llueve mucho, decidimos irnos. ¡Tendremos que volver otro día!